sábado, 19 de septiembre de 2015

Día 4 y 5

El día 4 comenzó como lo que espero se convierta en algo parecido a una rutina. Distribuir bolsas de basura entre la gente que ya se había despertado, y atar otras a las puertas de las tiendas de campaña en las que la gente aún dormía.

Las reuniones son el pan de cada día de Ross, al que dentro de poco creo que empezaré a considerar mi jefe/compañero de trabajo, dependiendo del momento. Así que mientras el se reunía, limpié una gran montaña de basura que me estaba torturando mentalmente y creciendo desde el primer día que llegué al campamento sirio. Cuando terminé, distribuí algunas bolsas más hasta que Hilma y Tova me recogieron, para volver a distribuir agua en Moria, el campamento en peores condiciones. Ya se han acostumbrado a la furgoneta azul, a colaborar haciendo la fila, e incluso algunos listillos que saben que si nos ayudan a mantener la fila y que la gente sea paciente, al final se llevan una buena cantidad de botellas de agua, medicinas si las necesitan y las chicas las tienen, algo de fruta... simplemente un pequeño trofeo.

Después aprovecharon que nos habíamos comprometido a que me llevarían a la universidad para poder finalizar con los papeles (el día de ayer para que me impriman un papel, el día de hoy para conseguir una firma y un sello en ese papel...) y llevamos a una familia afgana con nosotros hasta el puerto, a mitad de camino. Una vez hecho el papeleo (que por suerte conseguí hacerlo evitando al tipo que todo el mundo me recomienda que evite porque está loco), aproveché para comer allí, y a la vuelta me dejaron mi primera responsabilidad de dimensiones apreciables. Junto con un transportista, su furgoneta y sus dos empleados, llevamos dos letrinas portables a Kara Tepe, y ocho de ellas al puerto (cinco para mujeres, tres para hombres, señalizadas con los carteles hechos por mí, con el logo de IRC, típica imagen de baño, y traducción al árabe), en el que hasta ahora (y así seguirá, porque con el flujo de personas , unos 4.000 diarios, ocho letrinas no son nada) no había nada en este sentido salvo una gran piscina de mierda y orina en una zona medio escondida del puerto. Curiosamente, lo poco que pudimos hablar en inglés este transportista y yo, fue que tiene un presa canario en su casa, que se llama Ares. Con esto y otra sesión de repartir bolsas de basura terminó el día, además de un paseo por el campamento sirio junto con el mandamás del proyecto de construcción de cabañas más sólidas que las tiendas de campaña para cuando llegue el invierno. Este día la policía no dudó en usar gas lacrimógeno dentro del campo de refugiados de Moria, porque se apelotonaron contra la barrera de alambrada la cual deben atravesar para conseguir sus papeles. Por suerte no estábamos ni las chicas ni yo.


El día siguiente (día cinco) empezó prometiendo caos. La misión principal, a parte de la ya tradicional repartición de bolsas, fue cuando me hicieron responsable de 5 trabajadores, para desmontar y volver a montar casetas en otra zona del campamento, y dispuestas de manera que, aunque no lleguen al invierno, funcionen desde ahora mientras se construyen día a día las cabañas. Básicamente he estado de niñera, evitando que hagan el vago, que no pierdan el tiempo y que no pongan las tiendas de campaña en medio de lo que pronto será la carretera, o en posiciones extrañas. Esto fueron 7 horas del día, coordinadas con algo de limpieza, y lo más importante, tratar con las familias a las que teníamos que sacar de la caseta antes de desmontarla. Mi objetivo fue evitar en todo momento que sintieran que los estaba echando de allí, y lo logré gracias a la ayuda de dos sirios que hablando muy buen ingles, me acompañaron de traductores a prácticamente las 16 tiendas que hemos desmontado y montado hoy, haciendo la tarea realmente fácil. Uno de ellos, del que me encantaría recordar el nombre, se sintió útil ayudándome e insistió que cualquier cosa que pudiera necesitar, que no dudara en llamarlo. Mientras tanto, llegaban familias nuevas a las que tenía que advertir que deben estar atentos a una tienda vacía para poder cogerla.

Gracias a la idea de Ross, necesité una vez más la ayuda de este chico. Me acompañó por todo el campamento para proponer a todos lo que duerman hoy en Kara Tepe, hacer mañana un equipo de limpieza de sirios, que a las ocho de la mañana espero encontrarme con ellos, al menos la mitad, ya sería un pequeño éxito, pero podemos llegar hasta hacer un equipito de más de diez personas, estaría genial, y tengo mucha curiosidad por saber cómo y cuántos aparecen mañana. 
Una de esas tiendas que montamos, fue para una familia de 12 o más personas, y estuve hablando a ratos desde primera hora con el cabeza de familia, primero para asegurarle que tendría su caseta y que su familia no tendría que dormir a la interperie, como las dos últimas noches durante su camino desde el norte de la isla hasta Kara Tepe, después para que la ocupara antes de que llegara más gente, más tarde sobre cuando venía la comida gratis que distribuyen en algunos momentos del día, y ya por último, cuando vi que había llegado el camión de la comida, fui a buscarle, para por si acaso no se había enterado, pero me encantó llegar hasta donde estaban y ver que ya estaban todos comiendo. Este hombre paró de comer, se levantó del suelo, y vino a hablar conmigo: que de donde era, que qué estaba haciendo allí. Le hablé de Gran Canaria, de Ciencias del Mar, de que estaba ahí como voluntario, y en un momento el empezó a hablarme, sobre su familia primero, después sobre la ciudad de donde venía en Siria... y me la empezó a describir, en la costa, con ríos, mucha naturaleza, y hasta aquí con una sonrisa, pero después, siguió, "ahora no queda nada, el ejército lo destruyó todo..." y no pudo seguir hablando por un minuto eterno, con lágrimas en los ojos, a mí se me entrecortó la voz, ver a un hombre de cuarenta y seis años llorar... le intenté animar un poco, sin saber muy bien cómo, hasta que los dos recuperamos la compostura... pero sólo escribirlo me trae de vuelta la sensación.












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