domingo, 13 de septiembre de 2015

Día 1 - Voluntariado en Lesvos

Pues el día, más o menos ha sido así... Primero condujimos en dirección norte, hasta llenar el coche de gente a mitad de camino del campo de refugiados, y después hemos ido a repartir algo de pan, fruta y agua, serían las 8 y media de la mañana, a el campo de refugiados de "Moria", que es en el que están afganos, irakíes y otras nacionalidades (hay otro, en el que sólo hay sirios, en "Karatepo", o algo así). En este campo las condiciones son bastante peores que en el de los sirios, conseguir los papeles les requiere mucho más tiempo, hay falta de agua, comida y refugio, y parece prácticamente una cárcel, llena de verjas de alambrada, con focos, y muchísima policía. En lo que más se parecen, es que hay varios grupos de gente con kioskos montados, que se dedican a cobrar cantidades exageradas por agua, refrescos y comida (al igual que taxistas y otros oportunistas). Cuando llegamos había varios equipos de limpieza, los cuales estaban allí no como parte de su rutina de trabajo, si no porque casualmente hoy el primer ministro iba a visitar ese campo de refugiados. Incluso mojaron el suelo para que no se levantara polvo, y destruyeron algunas de las sombras que los mismos refugiados se habían construido con restos de cosas y basura. Había una mujer embarazada con bastantes dolores, y un niño enfermo, que estaba completamente amarillo, probablemente los riñones o el hígado... y aunque se suponía que había tres individuos de médicos sin fronteras, debían estar escondidos con la policía en las oficinas tras la alambrada, porque no asomaban la cabeza por ningún lado. 
Después de eso, fuimos al otro campo de refugiados sirios, y al ver varios de médicos sin fronteras paseando, literalmente, paseando por el campo de refugiados, les comentamos la situación, y que estaría genial que se moviera alguno de ellos al otro campo de refugiados, uno de ellos (italiano, qué casualidad) se puso chulo y hasta hizo llorar a Hilma, una de las chicas suecas, con comentarios en plan "ustedes son unas novatas así que no nos digan cómo hacer nuestro trabajo". Mientras tanto pregunté a uno de los de UNICEF qué podía hacer, y me puso a prohibir el paso en una zona para organizar a los que están esperando para conseguir formalizar sus papeles. Estando allí, vi que estaban repartiendo desayuno, bollos y zumo para todos ellos. Poco después vino Hilma a buscarme, porque se suponía que una vez terminaran de repartir comida en ese campo de refugiados irían a repartir al otro, y necesitaban ayuda para repartirla sin que aquello se convierta en un caos de gente peleándose por la comida, así que nos fuimos de allí, con la intención de ayudar en el otro campo con esta tarea. Así que esperamos un rato en este campo de refugiados, y al final sólo un alemán y yo nos quedamos, mientras Hilma y Tova continuaron con el coche cargando gente en la carretera de la costa (esto es vital porque en poco más de una hora se soluciona lo que una familia puede tardar dos días en recorrer). Tras una hora esperando, y tras haber conseguido que tres fotógrafos se quedaran con nosotros para ayudar en esta tarea de repartir comida, estas personas encargadas de repartir comida no aparecieron. Más tarde supe que la policía no les había autorizado a repartir comida hasta que la visita del primer ministro terminara, y ni unos se molestaron en avisar, ni otros se molestaron en preguntar. Los fotógrafos se fueron, y pasé un bueno rato sin hacer nada productivo, hablando con algunos refugiados y viendo lo rápido que llamaron a un grupo de policía anti disturbios cuando hubo algo de lío por la gente desesperada intentando conseguir sus papeles. Ofrecí mi ayuda a un policía, y a un intérprete, y ambos me dieron largas, la intérprete estaba tan despistada haciendo nada que tuve que decirle dos veces que era un voluntario, no un refugiado... ridículo (curiosamente se llamaba algo parecido a Vaguelias, así que me imaginé que sería algo que le venía de familia). Cuando volvieron Hilma y Tova, fuimos con el coche a recoger más gente, uno de ellos un grupo de mujeres con niños, que a menos de 500 metros del campo de refugiados, decidieron dar la vuelta pensando que se habían equivocado. También encontramos tres chicos recién salidos del agua, en calzoncillos y con chalecos salvavidas, a los que ofrecimos algo de ropa que nos dejaron hace unos días unos amigos de Eleni. Tras esto llegó el momento más tranquilo del día, en el que fuimos a una gasolinera a engrasar la puerta de la furgoneta, comer algo y planeando cómo continuar el día, llamaron los de la comida (que por cierto, es una empresa de catering que se supone que trabaja como subcontrata para el estado pero que lleva 6 meses sin ver un duro) y nos comentaron que iban a repartir comida en el campo de refugiados de Moria, pero que necesitaban ayuda. Gracias a esto no nos hizo falta planificar nada y fuimos directos para allá, recogiendo algunos otros de camino allí. Aquí la tarea fue mantener las filas ordenadas, una de mujeres y niños, y otra de varones. Suena a tarea simplona, pero cuando se formó una cola interminable y al sol, a saber a cuantos grados... algunos de ellos piensan que es buena idea intentar colarse. Cuando esto pasa es muy fácil que empiecen a alzarse las voces entre ellos, conflicto, y si no se soluciona, puede acabar en batalla campal y asalto al camión de la comida. Así que intentábamos alejar a la gente de los laterales de esta fila (Hey man, do you want food? So you have to make the line!) más de una vez tuve que sacar de la fila a los que se intentaban colar, y llevarlos a empujones hacia el final de la fila, pero la mayoría colaboraban muchísimo, dadas las circunstancias. Una vez empezó a bajar la tensión de toda esta situación, la idea era repartir algo de agua, pero teníamos bastante poca, así que pensamos en hacerlo conjuntamente con los de esta subcontrata del estado, pero UNICEF no les dio autorización, así que se perdió esta oportunidad de repartir agua. Después nuestra idea fue que yo me fuera con un grupo de los de cátering al campamento sirio, mientras las chicas volvían a la carretera del norte, pero UNICEF tampoco autorizó a que alguien que no perteneciera a la empresa se subiera al coche, a menos que firmara un papel que no tenían allí, así que fueron las chicas quienes me llevaron con los refugiados sirios, yendo justo detrás de estos tipos que no estaban autorizados para llevarme. Me dejaron allí, y continuaron con la tarea de recoger gente de la carretera y llevarlos a los campamentos. Allí sólo quedaban cuatro empleados dedicándose a repartir agua, muy tranquilamente, pues no había gran necesidad de ella, simplemente esperaban a que llegara alguien que quisiera y daban dos botellas por persona. Me acerqué a ellos, ofrecí mi ayuda, y me dijeron que me pusiera con ellos, lo que me pareció algo ridículo, (¿cinco personas para hacer la tarea de uno, cuatro de ellas cobrando?), así que pregunté por otras tareas. Y medio dubitativa, la que mandaba me dijo que podía recoger algo de basura de entre las tiendas de campaña que hay montadas, con la última bolsa que les quedaba. Mientras estas cuatro personas seguían repartiendo agua y charlando, llené la bolsa de cosas que un niño podría querer coger del suelo y que pueden hacerle daño, como comida en mal estado o hojillas de afeitar, y alrededor de los pocos grifos de agua que hay, en las que charcos y basura hacen muy mala combinación. Después me encontré un pequeño contenedor con ruedas, y comencé a utilizarlo como bolsa, y a vaciarlo en el contenedor más cercano, hasta que vino en mi busca la misma tipa de antes. Estas cuatro personas se fueron (no a hacer otras cosas por los refugiados, si no a sus casas o a su oficina), y me dejaron a cargo de su tarea hasta que se acabaran las botellas, lo que me llevó poco más de una hora, hasta aproximadamente las cinco de la tarde. Por último, confirmé que las chicas seguían en la carretera y no necesitaban mi ayuda, y que no quedaba nadie que pudiera darme otra tarea en el campo, sólo policías y refugiados, así que hice el camino que la mayoría de refugiados que no se pueden permitir un taxi o otro transporte hacen hasta la Mytilene, alrededor de dos kilómetros. Y aunque para mí fue un placer hacerlo, por distraerme y pensar en el día, no me imagino cómo debe ser para alguien pobremente alimentado y que puede llevar varios días de caminar a la espalda. Ya para culminar el día, ya llegando a casa de Eleni, me econtré a un grupo de viejitos, dos griegos y dos australianos, que no tenían forma de entrar en su propia casa porque habían perdido las llaves y no tenían forma de contactar con nadie. Estuvimos un buen rato intentando recordar el teléfono del hijo de la señora griega, y cuando por fin acertó, pudo llamar y hacerlo venir. Fueron muy amables y agradecidos, incluso insistieron en pagarme la llamada de menos de 30 segundos... por fin llegué a casa, y ahora empezaré a cocinar algo vegetariano para las dos chicas suecas, antes de que lleguen de su último recorrido (tengo curiosidad por saber si han superado el récord de ayer, 22 personas en una furgoneta de nueve plazas).
Personalmente aún no sé qué conclusiones sacar del día, demasiadas nuevas experiencias e impresiones. Ni sabría decir si esto me ha endurecido un poco o por el contrario me está ablandando.

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