Ya no sabemos de qué preocuparnos. Quizá amemos algo, a alguien. Pero todo, menos la materia, todo es perecedero. Quizá nosotros estemos más próximos a perecer que eso que amamos, pero quizá no. Quizá eso perezca antes que nosotros, y entonces qué, ¿qué nos quedaría?
No puedo olvidar una preocupación y crear una nueva preocupación sustitutiva. Pero necesitamos algo de lo que preocuparnos, algo que hacer, que perseguir.
Si no tengo preocupación alguna, ¿qué me queda sino yo mismo? Yo y lo que me rodea, que aunque no me preocupe, me rodea.
No quieres nada que te rodee, nada te importa, quieres que las cosas que giran entorno a ti te importen. Te preocupen.
Destruir todo lo que tengo alrededor es una opción. Hasta que aparezca algo que me importa. Algo que alguna vez tuve, algo que siempre estuvo, pero que no tuve cerca o no supe ver porque las cosas insustanciales ahora destruidas lo ocultaban.
La destrucción es creación, y no es una opinión.
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