martes, 22 de enero de 2008

¿De qué hablaba?

Hablaba de ser la escoria del mundo, los esclavos de la historia, así me sentía. Quería destruir todas las cosas hermosas que nunca tendría. Incendiar las selvas tropicales del Amazonas. Provocar emisiones de clorofluorocarbonos que destruyan el ozono. Abre las válvulas de los contenedores de los superpetroleros y vierte directamente al océano el crudo de los pozos petrolíferos. Quería matar todos los peces que no podía permitirme comer, y empantanar las playas francesas que nunca llegaría a ver.
Deseaba que el mundo entero tocara fondo.
Lo que en realidad quería era meterle una bala entre ceja y ceja a todos los osos panda en peligro de extinción que no se decidían a follar para salvar su especie, y a las ballenas y delfines que se dejaban morir embarrancando en las playas.
No pienses en términos de extinción. Considéralo una reducción de plantilla.
Durante miles de años el hombre había jodido el planeta; lo había llenado de basura y mierda, y ahora la historia esperaba de mí que limpiara lo que habían dejado los demás. Es mi deber enjuagar las latas de sopa y reciclarlas. Y dar cuenta de todas y cada una de las gotas del aceite del coche.
También tengo que pagar la factura de los residuos nucleares y los tanques de gasolina enterrados y las tierras llenas de residuos tóxicos acumulados por la generación que me precedió.
Deseaba respirar humo.
Los pájaros y los ciervos son un lujo estúpido; todos los peces deberían flotar muertos.
Deseaba incendiar el Louvre; volver a esculpir las esculturas de Fidias del Partenón con una almádena y limpiarme el culo con la Mona Lisa. Así es mi mundo de hoy en día.
Mi mundo, el mío, y todos los antepasados están muertos.

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