jueves, 13 de diciembre de 2012

Cap. I - Comienzo

Una vez nació un lobo que cuya voluntad era pastorear y cargar arados para los seres humanos. Le daban miedo los sonidos de la noche, las serpientes, el interminable bosque... Detestaba cazar, observar a una presa desde la oscuridad, temía ver la luz apagándose en los ojos de lo que sus compañeros de manada sólo veían como alimento.

No podía acercarse a los poblados cercanos, pues allí conocían bien a su especie y sus costumbres, no sería bienvenido pese a su honrada voluntad. Así que viajó, y recorrió largas distancias en soledad, en busca del lugar donde nadie conociera al lobo y sus hábitos. Fue exactamente el día en el que perdió la cuenta del tiempo que llevaba sin ver a otro lobo el que encontró el lugar. Un pequeño y humilde lugar entre montañas.

Mucho antes de llegar, olió vacas, bueyes, cerdos y gallinas, y algún que otro roedor escarbando la tierra húmeda. Parecía no haber depredadores, aunque durante la noche le pareció escuchar el ir y venir de varios búhos y el chillido de más de un ratón.

Aunque no lo parezca, es fácil ganarse a aquel que no sabe nada de ti, y más para un lobo. Esperó en los alrededores, hasta que vio salir a un grupo de niños corriendo. Una vez se alejaron lo suficiente del poblado, el lobo se fue dejando ver en la distancia, acercándose poco a poco sin intenciones de camuflarse. Pese a su aspecto imponente, a todo buen niño le puede la curiosidad y la ignorancia antes que unos dientes tan afilados. Le rodearon y permitió que jugaran con él, tal y como hacía hace mucho con sus hermanos. Los niños, encantados con el regalo que le había hecho la montaña, no tardaron en presentarlo ante el poblado casi como si fuera uno más.

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